África en la era colonial
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Las últimas décadas del siglo XIX vieron el inicio de la ocupación europea del territorio africano. El momento histórico del imperialismo abarca propiamente el período que va de la Conferencia de Berlín por el reparto de las áreas de influencia comercial en África, en 1884–85, hasta la Segunda Guerra Mundial (1939–1945) momento que sienta las bases para la liberación africana. El período consta de tres fases: la primera alcanza hasta la Primera Guerra Mundial (1914–1918) en que se consolidaron los modelos de explotación, la segunda fase corresponde al período de entre Guerras, con el auge de nuevos modelos coloniales, en la tercera fase, que puede denominarse ya de liberación, las luchas anticoloniales y el auge del neocolonialismo marcan un período de desigual duración dependiendo de la regió
Ahora bien, debe comprenderse, en un análisis completo, el momento que arranca con la independencia de Sudamérica a finales del XVIII y principios del XIX. Éstas condicionaron junto con los movimientos abolicionistas la supresión del tráfico de personas esclavizadas por parte de Gran Bretaña, que se erigió en centinela de las costas africanas y en promotora de tratados internacionales con reinos africanos y países europeos.
En torno a la segunda década del siglo XIX la mayor parte del tráfico de personas esclavizadas había sido formalmente proscrito por las potencias europeas, sin embargo España y Portugal seguían ampliamente interesadas, y participaban de un modo no declarado en el tráfico debido a las economías agrícolas de sus dominios de ultramar, de modo que el criminal comercio no decayó hasta la segunda mitad del XIX. La ventaja política y marítima adquirida por Gran Bretaña en las costas africanas tuvo como consecuencia la vitalización de sus expediciones de reconocimiento. Alentados por sociedades geográficas y misionales el interior del continente se les fue abriendo cada vez más. Pero sólo dos descubrimientos fundamentales, proporcionarán a los europeos la llave definitiva de las puertas interiores de África; el uso de la quinina y la ametralladora.
Antes del momento de la invasión europea de África, las sociedades africanas se hallaban embarcadas en procesos de muy diversa índole. Por una parte las sociedades de la Costa Occidental que se habían militarizado como consecuencia del clima belicoso que propiciaba la economía de esclavización, se encontraban en un momento de reconversión hacia una economía basada en el aceite de palma y el marfil principalmente, este era el caso de Dahomey y del Reino de Benín respectivamente, mientras que el imperio Ashanti potenciaba el comercio del oro. Ello no ocultaba sin embargo que la debilidad demográfica causada por la trata y la animadversión competitiva interafricana debida a las guerras esclavistas estaban debilitando las estructuras políticas. Las monarquías tradicionales teocráticas de tipo gerontocrático se veían acosadas por la presencia de nuevos actores económicos como pequeños jefes que ofrecían acuerdos que interesaban a las potencias europeas, principalmente Gran Bretaña y Francia. Además, en algunas ciudades africanas de la costa, se estaba creando una pequeña burguesía comercial local que tenía amplios contactos internacionales y se embarcaba en empresas comerciales de alto calado, lo cual, en última instancia, llegó a ser visto como una molesta competencia por los europeos.
Las sociedades de las costas orientales estaban principalmente enfocadas al comercio con Oriente Medio y la India, esta actividad había configurado una cultura de base bantú y aportes árabes, la Swahili, orientada al mar. La región vivió la tensión originada por la creciente influencia británica y alemana que, lentamente, imponía condicionantes a la la trata esclavista, a la par que debilitaba conscientemente las estructuras políticas árabo-swahilis preponderantes, controlando el comercio marítimo. En las costas del Mediterráneo la crisis del Imperio Otomano había inducido el refuerzo de las estructuras locales. Pero toda la región a excepción de Egipto se hallaba en decadencia, política y económica. Egipto sufría procesos modernizadores al tiempo que buscaba mantener un control colonial sobre Sudán, todo lo cual a la postre desembocó en una quiebra del estado y el intervencionismo Británico.
El interior de África sufría dos procesos diferentes al Norte del Ecuador y al Sur. En la primera zona, se habían impulsado movimientos de renovación islámica a partir de cofradías de estudiosos, con consecuencias políticas que desbancaron, en varios casos, estructuras precedentes de tipo animista. Estos movimientos desembocaron en formaciones políticas imperiales como el imperio de El Hadj Umar en Senegal y Malí, el Imperio de Usmán Dan Fodio en el norte de Nigeria y Camerún o los dominios de El Mahdi en Sudán. La Etiopía cristiana, por su parte, se veía acosada por el empuje islámico que la cercaba, al tiempo que las parcialidades internas fomentaban un clima constante de guerra civil.
El África Ecuatorial y Austral se había mantenido en cambio relativamente aislada y las influencias, aunque existían eran generalmente indirectas. Estructuras complejas de tipo monárquico e imperial; Luba, Lunda, Rozwi, Ruanda, Burundi, Buganda, Buniyoro, Tooro, Ankole, se sucedían en una línea curva que arranca en la costa norte de la actual Angola y pasando por el interior de Mozambique finaliza en la actual Uganda. El extremo sur iba en cambio a vivir las tensiones producidas por el crecimiento de la Colonia del Cabo y la invasión de tierras interiores por parte de comunidades de origen holandés que escapaban del control político británico, a la par el explosivo crecimiento Nguni, de cuyo seno surgiría el imperio Zulú, y las migraciones que acarreará, trastocará toda la región. Estas comunidades, conocidas como Boers, tradicionalistas y de ideología racista-puritana, se enfrentaron sucesivamente con los Hotentotes, los Xhosas, los Ngunis y finalmente los británicos. Mientras que Madagascar veía crecer la influencia de los mesetarios Hova más indonésicos, sobre otros pueblos merced al tráfico comercial con Francia. En general toda África se veía convulsionada por la generalización del uso de armas de fuego de carga frontal, los cambios en el comercio internacional y la aparición de nuevos cultivos como el maíz.
[editar] Los comienzos de la invasión
Aunque se señala la Conferencia de Berlín (1884–1885) como el gran hito del período. Lo cierto es que ésta fue el pistoletazo de salida en un carrera que todos habían empezado ya. La tradicional competitividad inter-Europea se había volcado en planes para la explotación y dominio de aquellas zonas de África que se consideraban propicias para los cultivos tropicales una vez perdida América. Ello explica que España, aun vinculada a América viera el botín africano como algo secundario, no así Gran Bretaña,Portugal, Francia, Alemania y finalmente Italia. Si bien en un principio las compañías comerciales semi-independientes o concesionales habían operado en la zona, sus ambiciosos planes exigían cada vez más el concurso de los Estados, Otto von Bismarck vio la oportunidad de mantener ocupada a Francia implicándola en la carrera por África, frente a Gran Bretaña y desviar así su atención de la fronteras alemanas. Los acuerdos adoptados en Berlín hacían una mención muy especial al comercio el Río Níger y la cuenca del Río Congo, se quería dar una imagen de legitimidad a la penetración y dominio territorial sobre África pretextando motivos humanitarios o «civilizatorios» según el lenguaje de la época. La Conferencia dio asimismo oficialidad a las pretensiones personales de Leopoldo II de Bélgica sobre la cuenca del río más caudaloso de África, para la explotación de caucho, aceite y marfil que había denominado «Estado Libre del Congo».
Tras los acuerdos europeos, huelga decir que a espaldas de los africanos, las potencias aceleraron la carrera hacia el interior del continente. La invasión tenía su precedente con la toma de posiciones en el Norte de África. En el África subsahariana, el procedimiento habitual fue comprar las voluntades de jefes locales y pequeños reyes para que firmaran tratados de cesión de soberanía. Sin embargo las relaciones con los detentores de poderes mayores: grandes monarquías tradicionales, jefes islámicos y emperadores, fueron mucho más difíciles. La ametralladora y la quinina resultaron en este punto devastadoras, ya que hasta entonces, dos factores había protegido África negra del saqueo europeo; la superioridad numérica y la malaria. En su avance, Francia, que contaba con una sólida base argelina y senegalesa, se enfrentó al Imperio fundado por El Hadj Omar al oeste de Senegal y al imperio de Samory Turé en el alto Níger rubricando la ocupación con la toma de Dahomey casi en el cambio de siglo, no sin antes haber aniquilado el Reino Merina de los Hova de Madagascar. Los británicos se batieron en frentes muy diversos, desde Sudán, hasta la Costa de Nigeria, donde la suerte les favoreció al enfrentarse a un Reino de Benín extenuado por la trata esclavista y a un país yoruba sumido en la Guerra Civil. Más dificultoso fue el control del norte de Nigeria y del Extremo sur del continente. En la primera zona se recurrió a dosis de chantaje y razzias militares. En el sur, el imperio de base militarista fundado por Shaka a principios del XIX presentó dura batalla todavía a finales del XIX, e infringió serías derrotas a los regimientos británicos demostrando una superioridad táctica aunque, para su desgracia, no tecnológica.
(Continuación pendiente)