Santo Cristo de San Agustín (Granada)
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La imagen del Santo Cristo de San Agustín de la ciudad de Granada, considerado como Sagrado Protector de dicha capital andaluza, es una obra renacentista tallada en 1520 por el maestro italiano Jacobo Torni "Il Florentino"(1476-1536), discípulo de Miguel Ángel.
La imagen cristífera, actualmente venerada en el convento del Santo Ángel Custodio de Granada, es una escultura de talla completa y de vestir hecha de madera de nogal, de 1'92 metros de altura, y policromada, siendo restaurada en 1997 por el Dr. Don Enrique Gutiérrez Carrasquilla (I.A.P.H) Presenta una melena de cabello natural y nimbo y corona de plata sobrepuesta del siglo XVIII. El Cristo reposa sobre cruz de Plata de Ley cincelada con motivos florales datada del siglo XVIII y restaurada recientemente. Es una obra simétrica, salvo la inclinación diestra que presenta la cabeza, y de movimiento inerte, puesto que representa a la muerte de Cristo en la Cruz. El rostro refleja visiblemente el dolor y cansancio de Cristo, sobrevenido sobre su propio peso. Sobre la zona pectoral vemos tres regueros de sangre y en el costado derecho una profunda herida inferida por la Lanza de Longinos que es representada con un mancha negruzca y una pequeña perforación del cuerpo. Al estar tallada íntegramente su anatomía se cubre con un sudario corto de tela, bien con faldilla o tonelete.
A modo anecdótico podemos destacar de esta milagrosa imagen que es Sagrada Imagen Titular de la Hermandad del Santísimo Cristo de San Agustín de Granada, cuya Hermana Mayor ad perpetuam es la reina Isabel II a petición de la misma tras orar frente a la talla de Jacobo Florentino, y debido a los milagros, así como favores concedidos al pueblo granadino durante el siglo XVII, ostenta el título de "Sagrado Protector de la Ciudad".
Los pasajes evangélicos a los que corresponden la composición de esta sublime talla son los siguientes:
- "Después de esto, sabiendo Jesús que ya se había cumplido todo, para que se cumpliera la Escritura dijo: Tengo sed"
- "Estaba puesta [allí] una vasija llena de vinagre; así que, poniendo en una caña de hisopo una esponja empapada en el vinagre, se la acercaban a la boca. Y cuando tomó el vinagre, Jesús dijo: "se ha cumplido"."
- "E inclinando la cabeza entregó su espíritu" (Jn. 19, 28-30).
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[editar] Estudio Artístico de la obra[1]
Las singulares circunstancias y características que concurren en la imagen del Santo Cristo de San Agustín, la convierten en un objeto de estudio complejo y de gran responsabilidad. Un estudio artístico no sensible a la centenaria historia de devoción que arrastra esta imagen no puede ser, sin lugar a dudas, completo ni consecuente. Esperamos, por tanto, atender a esas expectativas en las líneas siguientes, aunque nos centraremos concretamente en los aspectos estilísticos de la factura escultórica de ésta.
La imagen que estudiamos, ocupa por derecho propio un lugar destacadísimo en la imaginería sobre la Pasión de Cristo de nuestra ciudad. "La iconografía del Crucifijo en Granada es muy notable, porque alcanza al ciclo de Alonso Cano, incluyendo a Martínez Montañés, y arranca del de Bigarny en el retablo de la Capilla Real, seco y de anatomía rudimentaria, como los de Balmaseda que de él se derivan. El salto hacia la perfección plástica lo dio Jacobo Florentino, cuya excelencia como escultor bien merece exaltarse, y a él se puede atribuir el imponente Crucifijo, llamado de San Agustín en Granada (...)". Estas estudiadas apreciaciones de D. Manuel Gómez Moreno son la base de la aún incontestada atribución del Cristo de San Agustín al artista de Florencia, cuyo verdadero apellido era Torni.
El análisis estilístico determina de modo evidente su adscripción cronológica a un momento temprano del siglo XVI. En los inicios de esta centuria en Granada se están acometiendo importantes obras artísticas con el fin de dotar a la nueva ciudad cristiana. Esto hace de nuestra ciudad una importante foco de atracción para los artistas extranjeros. Entre ellos, el francés Felipe Bigarny deja una excelente muestra de su arte en el retablo mayor de la Capilla Real. Sin embargo, la tensión emocional de sus realizaciones escultóricas deja, en cierto modo, a un lado otras preocupaciones formales como las que podemos rastrear en el Santo Cristo. La sobriedad con tinte ideal de sus formas, penetradas de un sentido clásico entroncado ya con la emoción religiosa hispana, nos habla de un artista italiano. De los escultores de aquel país venidos a España, Torrigiano no era candidato principal por no haber venido nunca a Granada. Sin embargo, Jacobo Torni o Florentino (Apodado por el tratadista Vasari como "el Indaco") ya aparece en [[Granada]] hacia 1520 en las obras de la Capilla Real, principalmente en el retablo de la Capilla de la Santa Cruz. Sus peculiares y bellísimos grutescos en dicho retablo llevaron a relacionar a este artista con el imponente grupo del Entierro de Cristo que, procedente del Monasterio de San Jerónimo, se conserva en el Museo Provincial de Bellas Artes. En este último aparece ya claramente configurado el tipo de Cristo que repetirá de modo singularmente pleno en el Cristo de San Agustín.
El equilibrio en el juego de los volúmenes marca la verticalidad de este impresionante Crucificado, no resaltando en exceso la musculatura y comprimiendo nerviosamente la tensión y emoción religiosas en formas de blando y hermoso modelado. Todas ellas son notas distintivas de un Cristo pronto mediomilenario, pues debió ejecutarse entre la llegada de Florentino a Granada en 1520 y su muerte en 1526 y, más probablemente antes de 1523 en que marcha camino de Murcia para trabajar en la Catedral de aquella ciudad.
La policromía, por otro lado, es otro punto de competencia estilística. Sabemos que en el retablo de la Santa Cruz contó con dos colaboradores policromadores, Antonio de Plasencia y Alonso de Salamanca. Es muy plausible que por el apremio de múltiples trabajos nuestro artista se sirviera de este grupo de colaboradores de modo habitual. Las coincidencias con el grupo del Entierro de Cristo así parecen indicarlo e incluso se pueden establecer conexiones con el propio retablo mayor de la Capilla Real y hablar así de una hipotética intervención en él de Florentino o del grupo por él dirigido.
En el caso del Santo Cristo de San Agustín, la policromía está emparentada directamente con las obras mencionadas, quizás de manos de los policromadores señalados. La inexistencia de sudario tallado, y consecuentemente estofado, no permite estrechar aún más estas relaciones. Se trata de una carnación de pulimento que se encuentra oscurecida, ofreciendo un tono engañoso; su comparación con el grupo del Entierro de Cristo del Museo de Bellas Artes, recién restaurado, nos puede dar una idea aproximada de cómo pudo ser la original. A ello se añade una también oscura policromía de sangre, pintada a pincel y a bulto, aunque en parte parece proceder de un repinte posterior, que en nada desmerece al sobrio conjunto. Se trata, en definitiva, de una talla de sobrado mérito y extraordinario interés por su antigüedad, así como por la procedencia de su autor y las influencias que sobre el arte granadino pudo dejar. Además, la acendrada devoción que desde temprano esta ciudad le tributó a la imagen, realzan aún más sus ya de por sí extraordinarios valores. Por ello, su custodia y veneración deben ser a un tiempo orgullo y responsabilidad de la que participamos todos los hermanos.
[editar] El Voto de la Ciudad[2]
Desde hace algunos años cada 14 de septiembre la ciudad de Granada, representada por su Corporación municipal, renueva el Voto de acción de gracias al Santísimo Cristo de San Agustín que se venera en la iglesia del Monasterio de Clarisas Franciscanas del Santo Ángel Custodio. Esta tradición se repite, desde hace ya trescientos veinte años, aunque hayan cambiado las circunstancias de tiempo y de lugar.
De tiempo, porque la fecha del Voto es realmente el 8 de agosto. En ese día se ha celebrado durante siglos, hasta que hace unos años las exigencias del descanso vacacional aconsejaron buscar una fecha más propicia. El día elegido por su Hermandad es especialmente significativo: 14 de septiembre, festividad de la Exaltación de la Santa Cruz. Es una fiesta de la Iglesia Católica en la que, al igual que los domingos del tiempo ordinario, se prohíbe la misa de difuntos, salvo si es exequial. Tradicionalmente, ese día, junto al Viernes Santo y al de la Invención de la Santa Cruz (el popular 3 de mayo), constituyen las fechas celebrativas en torno al signo identificador de los cristianos.
De lugar, porque el Voto de la Ciudad se instituyó en el desaparecido Convento de Agustinos Calzados, ubicado donde hoy se levanta el Mercado Central de San Agustín. La exclaustración del siglo XIX y las vicisitudes de los tiempos han hecho que esta magnífica talla del Cristo Crucificado, hacia 1520, debida a la gubia del florentino Jacopo Torni, llamado "el Indaco", se venere en la actualidad en el Monasterio del Ángel Custodio. Sus monjas lo arropan, valga la expresión, con amor y primor, desde hace más de siglo y medio. Sin embargo, una calle frontera al citado mercado recuerda la presencia de la imagen en aquel lugar, ostentando desde hace unos años el nombre de Cristo de San Agustín.
Pero ¿cuál es el origen de este Voto de la Ciudad? Hay que remontarse a tiempos de tragedia y conmoción: la primavera del año 1679, en que se recrudeció la epidemia de peste bubónica que asolaba la ciudad desde mayo del año anterior. Era la última gran oleada de peste que afectó el sur peninsular y la más virulenta en nuestra ciudad. Las cifras de fallecidos impresionan. Los testimonios de los contemporáneos abruman. La enfermedad, que se cobraba la vida en la mayoría de los casos de quienes la contraían, afecta a personas de toda clase y condición. Pero es evidente que con las clases populares se ceba a causa de sus precarios medios de vida y de su mala alimentación."En las puertas de los templos -escribe un poeta coetáneo- amanecen con la aurora los muertos de cinco en cinco, y de seis en seis los doblan". El daño propiamente material, de una ciudad mermada en su población y paralizada en su actividad, se realza con el clima de temor, espanto y desconfianza. Y así, continúa el mismo autor, "el que compra lo preciso con escrúpulo lo toma, juzgando que esté apestado aquel género que compra".
Desde mayo la situación se agudiza. Los remedios higiénicos y médicos tienen un alcance muy limitado. Como ocurría desde el comienzo de la epidemia -de todas las epidemias de aquellos tiempos- el sentimiento religioso se exacerba. Se suceden misas, oraciones y procesiones. Se ensaya, por decirlo de alguna manera, la mediación de algunas imágenes de gran devoción. En concreto, el Crucificado de San Agustín es llevado en procesión de rogativas al Hospital Real en los primeros días de agosto. Ya en ocasiones anteriores, a causa de la sequía, se había recurrido a esta imagen sagrada; y aún habría de repetirse en varias ocasiones posteriores, con motivo de la sequía, la plaga de langosta o la epidemia de cólera. Pero volvamos a 1679. La historia se confunde con la leyenda, la realidad se mistifica. Suele ocurrir en tales ocasiones. El hecho es que, apreciando cierta remisión de la enfermedad, se atribuye a la intersección benéfica del Cristo de San Agustín. La peste desapareció de la ciudad en el mes de octubre. Desde el año siguiente, el Ayuntamiento renueva anualmente el Voto, primero en el cenobio agustino, después en el monasterio de las monjas. El Voto de la Ciudad pasa al ceremonial de la Corporación, que magníficamente nos describe Morales Hondonero. Gratitud y prevención se unen en él. También, por supuesto, el recuerdo de la tragedia, que a través de ésta y otras ceremonias se ha mantenido en la memora colectiva de nuestra ciudad. Este es el origen del Voto al Santísimo Cristo de San Agustín, firme a lo largo del tiempo, si bien su renovación anual se ha potenciado en la última década, en parte debido al tesón de su revitalizada Hermandad, nacida en 1680. Resulta estéril polemizar sobre el sentido de votos como el del Cristo de San Agustín en nuestro mundo actual. Pero, llegado hasta nosotros, no deja de interpelarnos. Por supuesto, muchos valores religiosos, humanos, culturales y sociológicos se confunden en ritos de este tipo. De la variedad de lecturas posibles, de las reflexiones que suscita, me detendré en tres aspectos que pueden tenerse presentes ante el voto al Cristo de San Agustín.
En primer lugar, el recuerdo de la tragedia, no como una recreación de dolor y angustia, sino como actitud vital, personal y colectiva, ante los males del pasado, que son, cuando menos, equivalentes a los males del presente. El avance de la técnica y la extensión del bienestar han aliviado la existencia de millones de hombres, pero el sufrimiento, en sus variadas manifestaciones, es consustancial al género humano. Recordar los males del pasado no tiene sentido alguno si no conduce al compromiso de atajar los males del presente, los que acaecen en nuestro entorno inmediato y los que tienen lugar a miles de kilómetros. La celebración del Voto al Cristo de San Agustín debe ser, como punto de partida, una llamada a la solidaridad.
En segundo lugar, la existencia de la Comunidad de Religiosas, cuyo templo se llena este día hasta rebosar, no debe pasar desapercibida. Parece que no van con los tiempos, pero ahí están. Vocaciones antiguas y vocaciones recientes, en éste y en los demás conventos de clausura de Granada. Al margen de las consideraciones religiosas, su tipo de vida nos llama la atención, nos sorprende e incluso nos interpela. Son lugares de oración, oasis de paz, existencias reguladas en sus detalles... Allí se da valor a lo cotidiano y a lo pequeño, que nunca se entiende como rutina. Con sus sacrificios y privaciones y, a menudo, estrecheces, estas comunidades han mantenido un modo de vida distinto -nada despreciable en tiempos, como los nuestros, en que se valora lo diferente-. Oficios y técnicas tradicionales, recetas culinarias y ancestrales costumbres, custodiadas tras los muros de la clausura, son otros tantos fenómenos sociológicos dignos de consideración.
Finalmente, la devoción al Cristo de San Agustín se inscribe dentro del vasto horizonte que caracterizamos con el nombre de religiosidad popular. Y lo popular se tiene como genuino y auténtico, parte de nuestra esencia y nuestra identidad. Son sentimientos, ritos y costumbres que vienen de abajo; el pueblo es su garante. Quiero decir con esto que tan importante como el mismo origen del Voto es el hecho de que regularmente se viene repitiendo durante más de tres siglos. Esto pasa con la mayoría de las fiestas de la ciudad, algunas de las cuales se cuestionan en al actualidad. En estas fiestas, que nos ha legado el pasado, la comunidad ciudadana se reconoce como tal, refresca su memoria colectiva, valida, simplemente repitiendo el rito, la conducta de sus vecinos antepasados y refuerza, por consiguiente, sus señas de identidad. Una celebración como la del Voto, con todas sus connotaciones, merecerá múltiples opiniones, pero nadie puede negar su dimensión comunitaria, tan necesaria en el mundo de hoy. Por eso, con viejos y nuevos sentidos, todos ellos positivos, el Ayuntamiento, en nombre de la Ciudad, fiel a su herencia, acudirá un años más a reverenciar al Santísimo Cristo de San Agustín.